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Trump, Netanyahu y el Premio Nobel de la Paz

La frenética búsqueda del Premio Nobel de la Paz por parte de Donald Trump ha suscitado numerosos comentarios en los medios internacionales, sobre todo porque su obsesión por el galardón se ha intensificado desde su regreso a la Casa Blanca para un segundo mandato. Esta fijación se remonta a su primer mandato y tiene su origen en los celos patológicos que sentía hacia Barack Obama, su predecesor. Ha llegado a tal punto que Trump se ha jactado recientemente de haber desempeñado un papel decisivo en la negociación de la paz en dos conflictos importantes, a pesar de la fuerte oposición de una de las partes implicadas en cada caso.
Trump afirmó haber desempeñado un papel clave en el fin del enfrentamiento militar que estalló la primavera pasada entre la India y Pakistán, aunque la India negó rotundamente el mérito de Washington al respecto. Sin embargo, Asim Munir, jefe del Estado Mayor del Ejército pakistaní (cuya condición de persona amante de la paz es más que evidente), propuso la candidatura del presidente estadounidense al Premio Nobel.
Trump también afirmó haber desempeñado un papel clave en el fin de la guerra de doce días entre Israel e Irán hace dos meses. Esta afirmación es el colmo de la ironía: la guerra terminó después de que Estados Unidos se uniera a la agresión del Estado sionista contra Irán. Teherán, naturalmente, vio en la pretensión de Trump una broma de muy mal gusto. Otro colmo de ironía al respecto es el nombramiento por parte de Benjamín Netanyahu del presidente estadounidense para el prestigioso galardón.
Durante su visita a la Casa Blanca hace unas semanas, el primer ministro israelí, un hombre bien conocido por su inigualable experiencia en el establecimiento de la paz, entregó a Trump una copia de su carta al comité del Premio Nobel. En este documento, elogia la “dedicación” del presidente estadounidense “a promover la paz, la seguridad y la estabilidad en el mundo”, en particular en Oriente Medio, donde los esfuerzos de Trump “han traído cambios espectaculares y creado nuevas oportunidades para ampliar el círculo de la paz y la normalización”. Netanyahu concluye su carta afirmando: “No conozco a nadie que merezca el Premio Nobel de la Paz más que el presidente Trump”.
Para que los lectores y lectoras no se sorprendan por la auto-nominación de Trump, o por su nominación por parte de Munir y Netanyahu, debemos tener en cuenta la ilustre historia del Premio Nobel de la Paz. En el pasado, fue otorgado a Henry Kissinger (1973) y Menachem Begin (1978), dos personajes poco reconocidos por la historia por su dedicación a la paz. Barack Obama recibió el premio en 2009, antes de establecer un récord de ataques con drones y asesinatos selectivos durante su presidencia. Del mismo modo, el primer ministro etíope Abiy Ahmed Ali recibió el premio en 2019, antes de iniciar un año después, en la región de Tigray, al norte de su país, una brutal guerra que ha causado la muerte de más de 100 000 personas (más de 300 000, según un estudio universitario) y ha provocado el desplazamiento y la hambruna de millones de personas.
Teniendo en cuenta este galardón al espíritu humano, cabe preguntarse si, en efecto, Donald Trump no merece ser nominado al Premio Nobel de la Paz, o incluso ganarlo. ¿No merecen ser reconocidos su firme apoyo a la guerra genocida llevada a cabo por el ejército sionista en Gaza y su llamamiento a deportar a la población del enclave para dar paso al desarrollo inmobiliario estadounidense, dos ejemplos excepcionales de esfuerzos por instaurar la paz? Y, siguiendo la misma lógica, ¿por qué no nominar al propio Benjamín Netanyahu para el venerable premio? Lancemos una petición internacional para pedir al jurado noruego que otorgue el Premio Nobel de la Paz al primer ministro israelí.
Seguiríamos así el ejemplo del diputado sueco Erik Brandt, que en 1939 envió una carta al mismo comité nombrando al “canciller y Führer alemán Adolf Hitler”. Brandt argumentó que Hitler “más que nadie en el mundo merecía este prestigioso galardón”. Aunque la carta del diputado sueco tenía una intención sarcástica, muchos la tomaron en serio en aquella época. Hoy en día, no hay rastro de ironía en la nominación de Trump al Premio Nobel de la Paz por parte de sus aduladores. Los partidarios de Netanyahu podrían incluso tomarse en serio nuestra propuesta.
* Última obra publicada del autor: Gaza Catastrophe: The Genocide in World-Historical Perspective (University of California Press, 2024), que próximamente será publica por Editorial Icaria.
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Traducción: César Ayala