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Colombia

Voces de Resistencia: Relatos de Supervivencia bajo las Dictaduras del Cono Sur

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Aún estamos aquí para contar qué pasó a los que se quedaron y sobrevivieron bajo las dictaduras en el Cono Sur
“Todos nuestros insilios. Dictaduras en el Cono Sur. Desplazamientos, escondites y silencios bajo el terrorismo de Estado (y después)”, editado por Prometeo

Vi Aun estoy aquí, dirigida por Walter Salles, ganadora del Oscar 2025 a Mejor Película Internacional, y me surgió una duda: ¿es el caso de la familia de Rubens Paiva, el exlegislador que desapareció en Brasil en 1970, un caso de insilio? Pero, antes que nada, ¿qué entendemos por insilio? He escrito un libro para intentar responder a esta y otras inquietudes. A continuación, ofrezco una definición general.

El insilio es un término nuevo que no figura en los diccionarios, pero que ha estado presente en ciertas esferas durante las últimas tres décadas: psicoanálisis, prensa, literatura, historia, y un grupo de mujeres cordobesas que lo han promovido. En tiempos recientes, historiadores han comenzado a indagar el concepto de insilio, considerando cómo se establece tanto en relación al exilio como en su oposición. El insilio hace mención a lo que solemos denominar exilio interno (los que permanecieron), pero conlleva incluso más. En el marco de las dictaduras latinoamericanas de los años 60, 70, 80, y en algunos casos, 90, el insilio conlleva la persecución política de activistas, parientes, allegados a desaparecidos, así como de aquellos que regresaron del exilio o fueron liberados de prisión, con o sin condiciones de libertad vigilada. Implica desplazamientos dentro de los territorios nacionales y, en ocasiones, refugios en lugares de trabajo, casas, vehículos, caños, bajo camas o dentro de armarios. Se manifiesta en silencio y sufrimiento.

En la película de Salles, la familia de Paiva se ve forzada a mudarse a otra ciudad, debe vender su hogar, enfrenta una situación económica precaria, y un auto sigue a su casa de manera constante. Además, la madre y la hermana son encarceladas (no mencionaré más para no revelar detalles). La pareja tiene cinco hijos, quienes deben decir adiós a sus amigos, perder la oportunidad de ir a la playa y cambiar de centro educativo. Los hijos de desaparecidos también son víctimas de insilio; son ellos quienes más padecen estas circunstancias (también existe la situación de los niños apropiados durante la dictadura, separados de sus familias).

En una escena, Eunice, la esposa de Paiva, responde a un periodista muchos años después de esos hechos sobre la importancia de atender el pasado, criticando la noción de que el gobierno debería concentrarse en problemas más inmediatos. Ella sostiene que es fundamental recordar lo que ha pasado. Es cierto: tras la amnistía, Brasil no ha progresado en materia de justicia como lo ha hecho Argentina con sus juicios por crímenes de lesa humanidad. Y efectivamente, lo que ocurrió seguiría siendo relevante: el pasado no solo debe ser reconocido, sino que continuar desenrollando la historia de crímenes y secuelas de las dictaduras es vital para sanar este tejido social lastimado, cuyos efectos son meridianamente visibles hoy en la política, la economía y la cultura. En Argentina, igualmente, seguimos aquí. Y estamos aquí para contar, reflexionar y profundizar.

En cada país, el insilio ha adoptado formas diversas, y sobre esto escribo en el capítulo 3 del libro Todos nuestros insilios. Dictaduras en el Cono Sur. Desplazamientos, escondites y silencios bajo el terrorismo de Estado (y después), publicado en 2024 por Prometeo en la colección Pasados Presentes, bajo la dirección de Débora D’Antonio*. A continuación, un extracto.

Gabriela Saidón
Gabriela Saidón

Imaginemos un terrenovolcánico, donde diminutas aperturas están continuamente a punto de explotar con magma. Es un área repleta de cráteres. Estas analogías reflejan lo arriesgado que ha sido existir en el insilio, todo lo opuesto a la idea de que quienes permanecieron han vivido sin contratiempos. Existe un mapa que posiblemente nunca logre ser completado: el mapa del insilio. Coincide con mapas geográficos y políticos, pero eso no es suficiente. En primer lugar, porque el término no se halla en el diccionario; es un concepto reciente que apenas comienza a surgir. En segundo lugar, porque trasciende los nombres de calles, barrios, ciudades, provincias o naciones. Así, además de constituir un mapa geográfico, político y territorial, es también un mapa temporal o, más adecuadamente, formado por diversas temporalidades.

¿Cómo se puede elaborar una cartografía del insilio? ¿Cómo se puede representar este mapa de vacíos en el terreno? ¿Cómo acceder a hogares, comunidades, talleres, vehículos y tuberías?

No hay puntos de referencia fijos; la movilidad es lo que prevalece. Permanecer un tiempo prolongado en un solo sitio puede poner en peligro la vida. Sin embargo, la movilidad no siempre es geográfica. Puede que el refugio brinda, aunque de manera relativa, esa posibilidad. Relativa porque el peligro nunca desaparece. Y cuando el movimiento no es continuo, es porque se enfrenta a una libertad controlada. El terrorismo de estado empuja a los insiliados a una zona inestable, en un perpetuo movimiento, con un retorno incierto. ¿Son las fronteras nacionales lo que diferencia el insilio del exilio en naciones vecinas? ¿Qué sucede con las extradiciones ilegales que ocurrieron entre los países de América Latina durante las dictaduras militares? ¿La Operación Cóndor, que busca eliminar esas barreras para capturar personas en países hermanos, modifica nuestra percepción de estas diferencias y obliga a optar por destinos distantes? ¿Cómo considerar estas categorías si se pone en tela de juicio la noción aparentemente única de estado-nación? Y luego, ¿en qué naciones se menciona el insilio?

En el libro Terrorismo de estado y genocidio en América Latina (Prometeo), el sociólogo Daniel Feierstein define el Plan Cóndor como “la alianza represiva entre las fuerzas de seguridad del Cono Sur de América Latina, (…) implicó la cooperación de las dictaduras de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay intercambiando prisioneros, compartiendo información y colaborando en acciones represivas en esos territorios, incluyendo operaciones conjuntas.” En cada uno de esos países, el insilio ha tomado formas particulares. En Chile, se conoció como relegación, y el propio gobierno designaba a ciertos “elementos peligrosos” a zonas remotas dentro del país. En Uruguay, las autoridades llegaban a acuerdos con los detenidos sobre su destino. Brasil vivió alternancias entre insilios y exilios, teniendo en cuenta la inmensidad del territorio y el idioma.

El cóndor andino (vultur gryphus), protagonista de la canción “El cóndor pasa”, representa la Cordillera de los Andes. Esta ave de presa, la más grande del planeta, puede recorrer largas distancias, volar a grandes altitudes y soportar climas adversos. Este concepto puede leerse junto al cuervo, un ave de rapiña más pequeña, de plumaje brillante y connotaciones sombrías, que se menciona en la impactante frase que cerró el alegato final del fiscal Julio Strassera en el juicio a las juntas militares en 1985, redactada con la colaboración del dramaturgo Carlos Somigliana (quien formó parte del movimiento de resistencia conocido como Teatro Abierto): “Nunca más”. Esta frase fue extraída del libro de la CONADEP (1985), que tuvo entre sus autores al escritor Ernesto Sabato. Su rol como literato resuena: Nunca más es un eco reiterativo en el poema de Edgar Allan Poe (1845), “El cuervo”: Nevermore.

Asimismo, “Nunca más” fue el lema

empleado por los sobrevivientes del Gueto de Varsovia para reprochar los estragos del nazismo.

Cuando el terrorismo de estado asume los emblemas lingüísticos, un ave de espléndida belleza se transforma en un emblema de horror. Caza presas humanas y se torna malévola: se regocija en el sufrimiento de sus víctimas al tiempo que les arrebata su humanidad. Ya no “transcurre”, permanece, observa, disfruta. Sin embargo, esta malevolencia es una característica humana, al igual que distorsionar el lenguaje. Además, resulta perturbador reflexionar sobre el cóndor junto a otra ave de la misma familia, el águila, que simboliza a Estados Unidos.

De acuerdo con el periodista y autor angloestadounidense Christopher Hitchens, fue Henry Kissinger, secretario de la presidencia del país imperial, quien ideó el plan que posteriormente sería elaborado entre la Dirección de Inteligencia Nacional, la policía secreta de Pinochet, y el gobierno militar argentino en 1975. Una parte considerable de la información se obtuvo de documentos hallados en 1992 en Paraguay, que sufrió treinta y cinco años de dictadura (1954-1989) bajo el general del ejército Alfredo Stroessner, antecedido y seguido por golpes militares. Paraguay no recuperó su democracia hasta 2008. En este país fue capturado el ciudadano argentino Amílcar Santucho, hermano de Mario Roberto, líder del PRT-ERP, entre mayo de 1975 y 1978, siendo su caso un antecedente inmediato del Plan Cóndor.

En Argentina, uno de los primeros países en firmar, el Plan Cóndor existió antes del golpe y forma parte de la historia que lo antecede. En esta etapa previa, el objetivo económico se hace evidente: la lucha contra el comunismo en pro de instaurar políticas neoliberales en la región, al servicio del capital. Quien se opusiera debía ser vigilado y controlado, perseguido y castigado, torturado, asesinado, desaparecido, ocultado, silenciado: aniquilando fuerzas, despojando a las personas de su autonomía, estableciendo un nuevo orden económico (cualquier coincidencia con la actualidad no es pura casualidad). Para lograrlo, el Plan Cóndor se centró en el intercambio de información entre los regímenes militares de la región, cuyo destinatario final sería la CIA. Un intercambio de cuerpos y palabras mediante procedimientos violentos y retorcidos.

En este marco, el insilio fue un acto de resistencia. No solo sobrevivir. La existencia que se logró conservar constituyó una forma de combatir el régimen de terror que paralizó a amplios sectores de la población, que, carentes de herramientas para defenderse, quedaron desamparados. Esto es descrito por Daniel Feierstein como “la transformación de estas sociedades a través de la institucionalización del terror en todos los aspectos de la vida cotidiana” y que, junto con la noción de fronteras ideológicas (más que territoriales), permitirá sostener la ausencia de desplazamiento geográfico para definir el insilio, en lugar de simplemente la migración interna forzada con el cambio territorial como condición esencial.

Incluso, el amplio apoyo de las clases medias y de los partidos políticos hacia el golpe de 1976 podría evidenciar un cambio ideológico impuesto por las circunstancias (y por la propaganda mediática violenta “desde arriba”, que determina interpretaciones de la sociedad en su totalidad). Esto respalda la idea de un insilio ideológico, político-económico, aunque la perspectiva predominante continúe siendo la político-territorial.

*Todos nuestros insilios estará presente en Córdoba el jueves 27 de marzo, en el contexto de la semana de la Memoria, con un recorrido por la sala “Bajo la Lluvia ajena” del Archivo Provincial de la Memoria a las 17:00 y una charla con Ludmila da Silva Catela, autora de No habrá flores en la tumba de tu madre, y la historiadora Laura Ortiz, en Rubén Libros a las 18:30.




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