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los precedentes que pueden ‘salvarle’ del caso por el que está suspendido

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El ciclismo vuelve a enfrentarse a un viejo fantasma. Oier Lazkano, campeón de España en 2023 y uno de los corredores más potentes de su generación, ha sido suspendido provisionalmente por la UCI tras detectar “anomalías inexplicables” en su pasaporte biológico. Un mazazo que lo deja sin equipo —Red Bull-BORA lo apartó de inmediato— y que lo coloca en una travesía que ya recorrieron otros antes: la de intentar demostrar su inocencia frente a un sistema que no siempre distingue con nitidez entre indicio y prueba.

El pasaporte biológico, instaurado en 2008 como herramienta para erradicar el dopaje, registra las variaciones hematológicas de los deportistas. No busca detectar una sustancia concreta, sino comportamientos anómalos en sus parámetros fisiológicos. Pero lo que nació como el escudo del ciclismo limpio se ha convertido, en ocasiones, en un arma de doble filo. Hay corredores que jamás dieron positivo y vieron su carrera truncada por cifras que la ciencia, con el tiempo, demostró que podían tener otras explicaciones: altitud, enfermedad, medicación o simple variabilidad biológica.

Ahí reside la pequeña grieta por la que puede asomarse la esperanza de Lazkano, que está siendo defendido por Fabio Pavone. Hay precedentes que abren la puerta a la absolución. El checo Roman Kreuziger logró en 2015 desmontar su caso tras meses de análisis, demostrando que sus variaciones se debían a un problema de tiroides. Y el vizcaíno Ibai Salas fue finalmente absuelto por la justicia española, que consideró que el pasaporte biológico “no goza de presunción de veracidad” y que por sí solo “no determina la comisión de una infracción”. Dos victorias judiciales aisladas, sí, pero que marcan el camino de quien quiera resistir el dictamen de la UCI.

El proceso, eso sí, suele ser largo y costoso. Ciclistas como Jaime Rosón quedaron marcados para siempre, incluso antes de resolverse su situación. La sanción provisional equivale, en la práctica, a una condena social anticipada. Lazkano lo sabe y, pese a ello, ha optado por defenderse desde la serenidad. “Nunca he utilizado sustancias dopantes ni métodos prohibidos. Defenderé mi nombre y mi dignidad profesional”, ha declarado en un comunicado.

El futuro dependerá ahora del trabajo de sus abogados, de los informes médicos que sustenten su versión y de la disposición de la UCI y el TAS a escucharla. Si logra justificar sus valores con argumentos científicos sólidos, podría convertirse en el tercer ciclista que logra tumbar el pasaporte biológico. No sería solo una victoria personal, sino un golpe simbólico a un sistema que, aun necesario, sigue bordeando la línea entre la ciencia y la sospecha.

Mientras tanto, el pelotón observa en silencio. Porque cada caso como el de Lazkano recuerda que el ciclismo, pese a haber limpiado mucho su imagen, sigue viviendo bajo la sombra de un pasado que aún pesa. Y que, en ese equilibrio entre la vigilancia y la presunción de inocencia, se juega también la credibilidad del deporte.



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