Economia
el giro verde que puede cambiarlo todo- BioEconomia.info
Imaginemos un país donde la selva no se tala, sino que se escucha. Donde los ríos no se desvían, sino que se estudian. Donde la riqueza no se mide en barriles, sino en saberes, semillas y soluciones naturales. Ese país existe: se llama Colombia. Y si logra cruzar la frontera entre el extractivismo y la regeneración, podría convertirse en el corazón verde de América Latina. Esa es la visión que propone Johana Ariza Marín, docente e investigadora de la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP), para quien la bioeconomía no es solo una política pública: es un nuevo contrato social con la naturaleza.
Colombia no es cualquier lugar. En su geografía caben las cumbres nevadas de los Andes, las costas del Caribe, los llanos infinitos del Orinoco y, sobre todo, la selva amazónica, que ocupa el sur del país como una respiración profunda del planeta. Es, de hecho, uno de los países más biodiversos del mundo. Pero esa riqueza ha sido históricamente tratada como una bodega para saquear. Frente a ese modelo, Ariza propone otro: uno que nace desde los territorios, desde la ciencia y desde la urgencia.
Tres historias, una idea poderosa
Un café de especialidad cultivado en Planadas, un pequeño pueblo de montaña donde los granos se cosechan sin alterar el bosque. Un proyecto de ecoturismo comunitario en Nuquí, sobre la costa pacífica, donde los visitantes aprenden a observar sin invadir. Un medicamento experimental, desarrollado a partir del árbol dividivi, que ofrece esperanza en la lucha contra el cáncer. A primera vista no tienen nada en común. Pero según Ariza, son parte del mismo mapa: experiencias de una economía que vive de la biodiversidad sin agotarla.
Esto es la bioeconomía: un modelo donde los residuos se convierten en insumos, donde la innovación tecnológica convive con los saberes indígenas, y donde el crecimiento no destruye, sino que regenera. No se trata solo de “ser verdes”, sino de cambiar completamente el paradigma.
Amigarse con la Agenda 2030
Del modelo lineal al círculo de la vida
La economía clásica avanza en línea recta: extraer, producir, desechar. La bioeconomía se mueve en círculos. Recicla nutrientes, revaloriza lo que antes era desperdicio, y sobre todo, se basa en ciclos naturales. Es un modelo que ya se plasma en sectores como la biotecnología —que utiliza bacterias, hongos y plantas para producir desde alimentos hasta medicamentos—, la bioenergía —que convierte biomasa en electricidad—, y los biomateriales, una alternativa al plástico hecha a partir de recursos vegetales.
Pero más allá de la técnica, lo revolucionario es el enfoque: la bioeconomía no se impone desde las capitales, sino que brota desde el campo. Desde esos lugares que durante décadas fueron excluidos de las decisiones del desarrollo.
El campo no es atraso, es vanguardia
Colombia arrastra una historia de centralismo feroz. Las decisiones importantes se toman en Bogotá, su capital, a más de 2.600 metros sobre el nivel del mar, muchas veces de espaldas al territorio. La bioeconomía subvierte ese orden. Sitúa a las regiones rurales —el Amazonas, el Chocó, la Guajira, el Meta— como epicentros productivos. Allí no solo está la biodiversidad; también viven las comunidades que han aprendido a cuidarla.
“Los conocimientos tradicionales que poseen pueblos indígenas, campesinos y afrodescendientes son esenciales para diseñar sistemas sostenibles”, afirma Ariza. Y no es romanticismo. Es eficiencia ecológica, resiliencia climática y, también, una fuente de empleo digno.
En este modelo, el cacao de aroma cultivado en zonas húmedas se convierte en chocolate premium. Los residuos agrícolas alimentan sistemas de bioenergía rural. El turismo no masifica, sino que educa. Y todo esto ocurre lejos del asfalto, en los márgenes que ahora son el centro.
Día de la Industria: la bioindustria que fuimos y la que espera que seamos
Un Estado que no solo regule: que cree, invierta y conecte
Nada de esto ocurre por arte de magia. Ariza señala que el Estado debe dejar su rol pasivo y convertirse en arquitecto institucional. Esto implica marcos normativos modernos —como leyes de bioprospección que protejan los recursos genéticos sin ahogar la investigación—, sistemas de certificación ambiental, y regímenes de propiedad intelectual que reconozcan tanto a la ciencia como a las comunidades.
Además, el Estado debe invertir. No solo en infraestructura clásica, sino en laboratorios de biotecnología, centros de innovación, sistemas de transferencia tecnológica. Debe asumir el riesgo inicial allí donde el capital privado aún duda. Pero, sobre todo, debe orquestar alianzas: entre academia y empresa, entre saber científico y conocimiento ancestral, entre mercados globales y cadenas productivas locales.
La bioeconomía, advierte Ariza, también puede ser capturada. Puede convertirse en un nuevo rostro del extractivismo si no se gobierna con justicia. Por eso, el modelo requiere gobernanza territorial: participación real de las comunidades, transparencia, distribución equitativa de los beneficios.
El riesgo existe. Pero también lo hace la oportunidad. El mundo clama por soluciones sostenibles, la biotecnología avanza a pasos agigantados, y la biodiversidad es ahora un valor estratégico global. Si Colombia no aprovecha esta coyuntura, la perderán no solo sus ciudadanos, sino el planeta.
Una selva viva que no solo resiste: propone, transforma y lidera
El nuevo contrato social con la naturaleza
Lo que propone Johana Ariza Marín no es una utopía ecológica, ni una moda académica. Es una apuesta política, cultural y económica que puede transformar la manera en que un país se entiende a sí mismo. En lugar de ver la selva como un obstáculo, verla como un laboratorio vivo. En lugar de enfrentar desarrollo y conservación, verlos como dos caras de la misma moneda.
La bioeconomía en Colombia puede ser muchas cosas: una política pública, una estrategia exportadora, una fuente de empleo. Pero sobre todo, puede ser un relato colectivo que reemplace el viejo sueño del progreso por uno nuevo: uno donde crecer no signifique destruir, y donde vivir bien no dependa de acumular, sino de coexistir.
En la selva, quizás, no solo está el oxígeno del planeta. También está el futuro.
El análisis desarrollado en esta nota se basa en el artículo original de Johana Ariza Marín, docente de la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP), titulado “Bioeconomía en Colombia: retos de un nuevo contrato social con la naturaleza”, publicado en el sitio oficial de la ESAP.