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En el humilde taller de un viejo zapatero está el ‘museo’ del vinilo

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Aunque nunca se ha puesto en la absurda tarea de enumerar los zapatos que, en 50 años de oficio, han pasado por sus callosas manos, Norberto Cubides, de 66, calcula que podría ser una cifra similar a los cerca de 5.000 discotecas que se apretujan en las paredes de su taller de zapatero: una obsesiva colección que data de 1982.

Lady y Diana, en homenaje a dos de sus hijas, es el nombre de la zapatería de Cubides, una suerte de garita vintage, ubicada en la carrera 59 n.º 4B-97, del barrio Trinidad, localidad 16 de Puente Aranda, a una cuadra de la plaza de mercado.

La fachada, que salta a la vista de cualquier peatón despistado, está decorada con dos matas de sábila, un vetusto teléfono de disco que habla por sí solo y añejas caratulas de elepés de Pedro Infante, Rocío Dúrcal, Raphael, Juan Gabriel, Rodolfo Aicardi, Nino Bravo, Claudia de Colombia, Memo Morales, el Gitano Maracucho de la Billo’s Caracas, entre otros.

Me han ofrecido hasta 70 millones por la colección, pero no la vendo por nada del mundo, porque es mi patrimonio, mi vida”.

Adentro, en el estrecho nicho, y entre arrumes de álbumes, se acomodan dos tornamesas y dos televisores de tubos, en cuyas verduscas pantallas se refleja la sombría y quijotesca figura del zapatero, sentado frente al pie de hierro, que es su mano derecha en el arte milenario de remontar chagualos.

Pese a su raigambre boyacense, Norberto Cubides es más bogotano que de Moniquirá, donde en la niñez sembró caña, café, yuca y plátano. A sus 15 años armó joto y partió a Bogotá a trabajar como niño de la hija del zapatero Jesús Castillo, en el barrio Galán, de quien aprendió el oficio.

Los sábados, en la zapatería de Cubides, se reúnen vecinos melómanos a conversar y compartir gustos. Foto:Ricardo Rondon

Con el tiempo se independizó. Cubides cuenta que tuvo zapaterías en barrios como Pradera, Ciudad Montes, Galán, Versalles y Trinidad, su última estación. Hizo plata en la época boyante de la zapatería, “porque era de gran demanda: se pagaba bien el trabajo y los materiales no eran tan caros como ahora”.

“Y se me abrió la tarasca”, interpela Norberto, dando a entender la ambición: “Puse plata en sociedad para abrir restaurantes y tabernas, como la de Los Inolvidables Años 60, que fue famosa en la glorieta del barrio Trinidad, porque ahí llegaban a celebrar, ya veces a contar chistes, los del elenco de Sábados felices: Mandíbula, Alerta (Juan Ricardo Lozano) y Alfonso Lizarazo.

Cubides disfrutó, pero perdió, “porque la mayoría de negocios nocturnos son pulpos para hacer dinero, siempre y cuando a los dueños no les dé por levantar el codo al ritmo de la clientela. Regla de oro que uno aprende cuando ya es demasiado tarde, porque los amigostes de tragos son por el ratico, pero cuando estás en las malas, te desconocen”, se lamenta.

Retornó a la zapatería a comenzar de nuevo, ya con mujer y 6 hijos, sin levantar cabeza, aferrado al pie de hierro, con el ‘taque taque’ diario del martillo de fijar tachuelas. En esas faenas, Cubides lleva más de 50 años. Pedro Ortiz, amigo del alma y cantautor de Puente Nacional, le compuso una tonada pueblerina que se puede ver en YouTube: Norberto el moniquireño.

Melómano

El primer disco que Cubides compró fue uno de Elvis Presley por el que pagó 70 pesos. Foto:Ricardo Rondon

“Toda la vida he sido hombre de radio. Las emisoras que mejor melodía botaban eran Tequendama, Juventud y La Voz de Bogotá. La radio me fue educando en la música, que se me volvió costumbre. No puedo vivir ni trabajar sin ella”, expresa Cubides, mientras sus ojos chinos hacen un paneo en cámara lenta por la vorágine de sus acetatos.

–En un principio, ¿qué tipo de música lo fue metiendo en el cuento?

–Cuando era muchacho me enamoré de la balada: Raphael, Nino Bravo, Emilio José, César Costa, José José, Paul Anka, Palito Ortega, Óscar Golden, todos ellos, y ellas, como Claudia de Colombia, Vicky, Isadora; También me apasiona el rock, Led Zeppelin, Rolling Stones, todo ese combo, y por mi origen campesino, las rancheras, en especial las de don Pedro Infante.

Pero cuando descubrí la música brasileña, me agarró. Es mi preferido, y de ella tengo una buena colección de balada romántica de Roberto Carlos, Nelson Ned, y de la variedad de ritmos de ese país: la bossa, la samba, el jazz brasileño con sus percusiones autóctonas que me endulzan el oído.

Aquí oigo de todo: clásica, Beethoven, Chopin, Mozart, Vivaldi, ópera, tango; me gusta la música americana, el blues de los años 30; jazz de Nueva Orleans; rock antiguo, música de Francia, Italia, China, Japón, Turquía, España, y latinoamericana, toda la que quiera, en especial de México. Los sábados nos reunimos con vecinos melómanos a charlar y compartir gustos.

–¿Recuerda cuál fue el primer disco que compró y cuánto le costó?

–Uno de Elvis Presley, la locura de época. Me costó 70 pesos. La música era barata y se conseguía en San Victorino, en almacenes del centro. La llegada del CD empezó a mermar la demanda del elepé.

Ahí empezó el cierre de los almacenes de discotecas, pero fue por unos años, porque a principios del 2000 volvió con toda la venta del disco reciclado, de segunda, y de música variada. Salsa y rock es lo que hoy más circula, y lo más cotizado. Sigo comprando en los mercados de las pulgas, en algunos almacenes de viejo y por celular, en caso de que el interesado tenga vinilos y los quiera vender.

–¿Le han propuesto comprarle su colección?

–Uf, varias veces. La última, hace años, me ofrecieron 70 millones, y siempre digo muchas gracias, vivo humildemente de la zapatería, pero la música no está en venta, porque es lo mío, lo que me gusta, un patrimonio de toda la vida. A todos los locales a donde me he trasteado he cargado con ella, y así lo haré hasta que mi Diosito se acuerde de mí.

–¿Y ha hablado con sus herederos sobre el destino de sus tesoros discográficos?

–Soy padre de 6 hijos que me han dado nueve nietos, y seguramente ellos sabrán valorar y conservar esta herencia, que no me la gané en una rifa ni me la encontré a la vuelta de la esquina, sino que ha sido un amor y un trabajo de muchos años. Ellos verán…

Cubides calla, agacha la testa y queda pensativo un rato. En esas ingresa al taller doña Silvia Rodríguez, su mujer, oriunda de Anapoima, quien lleva en sus brazos un chiquilín con un mono de orejas pomposas como las de Mickey Mouse.

Los ojillos chinos del cirujano de zapatos chisporrotean de alegría, y se lanza a levantar al pequeño como si se tratara de la copa del mundo. Aprovecho para tomarles fotos.

–Es mi nieto menor. Se llama Esteban David, recién cumplió su primer año y yo tiene entre bobito y loco. Nené, mira a la cámara que te van a hacer famoso.

La estampa del viejo zapatero con el crío que apenas asoma al mundo resume el alfa y omega que sostiene el árbol de la vida, con el telón de fondo de millas de antiguas pastas sonoras. ¿Puede haber otro escenario que represente el vocablo nostalgia, esa inexorable y pesarosa costumbre del hombre mayor?

Ricardo Rondón Chamorro

ESPECIAL PARA EL TIEMPO

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