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“La educación debe ser un santuario de las relaciones humanas; necesitamos una desescalada digital y proponemos cinco puntos clave”

Hoy todos tenemos claro que la tecnología es un arma de doble filo. Basta con mirar a nuestro alrededor: metros y autobuses llenos de personas absortas haciendo scroll, conciertos repletos de personas grabando en lugar de disfrutar de la música y aulas plagadas de portátiles y tablets. Poco a poco, estamos integrando lo digital en nuestra propia identidad, como si fuera una extensión natural del cuerpo.
Sin embargo, lo mismo que nos conecta también nos está separando. En una encuesta reciente realizada en Reino Unido por el British Standards Institution, se ha revelado que el 47% de los jóvenes de entre 16 y 21 años desearía que Internet nunca se hubiera inventado. Algunas razones son la dependencia, la ansiedad, la depresión o el acoso digital que han marcado su experiencia en línea. Y estos datos no mejoran en generaciones mayores. Al contrario, la sensación de saturación digital se agrava con la edad.
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Diego Hidalgo, sociólogo y escritor de ‘Anestesiados’ (Catarata, 2021) y ‘Retomar el control’ (Catarata, 2024), lleva años advirtiendo sobre los peligros de esta vorágine sin control. Con un Máster en Relaciones Internacionales en Sciences Po (Instituto de Estudios Políticos de París) y grado en Sociología por la Universidad de Cambridge, es el Impulsor del Movimiento Off, un proyecto que alerta sobre el riesgo de nuestra deriva tecnológica.
Pero Hidalgo no solo plantea una crítica, sino que ofrece alternativas para salir adelante. Por ello, para el próximo sábado 7 de junio, Hidalgo ha convocado una concentración por el “Derecho a la desconexión digital. Protejamos la salud de los menores”, a la que se han unido figuras como Pedro Piqueras. Teniendo esto en cuenta, hablamos con él sobre el momento decisivo que estamos viviendo y sobre cómo podemos recuperar el control de nuestra vida analógica antes de que sea tarde.
¿Cuándo fue el momento en el que pasamos de utilizar la tecnología como un elemento útil a depender de ella por completo?
En los últimos 15 o 20 años ha habido un cambio paulatino. Al principio, la tecnología nos otorgaba un poder importante: existía un botón de “OFF” que usábamos para desconectarnos. Pero, hoy en día, la mayoría de la gente no apaga nunca sus dispositivos, de hecho muchos ni siquiera te dejan hacerlo. Por eso defiendo que reinventemos el botón “OFF”, tanto de forma literal como metafórica, tanto a nivel individual como colectivo. Porque estamos ante una tecnología invasiva por diseño.

Diego Hidalgo, impulsor del Manifiesto OFF.
¿Cómo explica esta evolución que hemos vivido en las últimas dos décadas?
Yo hago una analogía muy sencilla a través de los tres elementos de la materia: sólido, líquido y gaseoso. La tecnología sólida es como el ordenador personal, con forma y volumen definidos, que se puede controlar fácilmente. Uno lo usaba para un objetivo concreto y lo apagaba cuando terminaba. Luego, a partir de 2007, la tecnología se volvió líquida, como el smartphone, que usamos entre 150 y 250 veces al día. Los jóvenes en EE.UU. reciben en promedio 236 notificaciones diarias. Y, por último, estamos entrando en la etapa gaseosa, donde la tecnología nos rodea como el aire que respiramos, de forma invisible e inconsciente.
¿Es el smartphone el dispositivo que lo cambió todo?
El smartphone es, en primer lugar, una máquina de robo de atención constante. A diferencia del ordenador que se quedaba en casa, el móvil está siempre con nosotros. Segundo, nos lleva a extraer nuestras funciones cognitivas de forma constante, como la memoria o la orientación. Y tercero, recopila datos sin parar: ubicación, emociones, comportamientos, etc. Todo esto se procesa de forma algorítmica para construir modelos predictivos que pueden incluso anticipar nuestros deseos y decisiones. Es una triple amenaza a nuestra autonomía y salud mental.
El apagón me pilló en el trabajo y tuve uno de los días más productivos que he tenido nunca
Hace poco vivimos un apagón digital que nos dejó sin posibilidades de transporte, comunicación e incluso de pagar, puesto que ya muchas personas no usan efectivo. ¿Fue esto un aviso sobre los peligros de la hiperconectividad que estamos viviendo?
Totalmente. Hubo muchos problemas como los que cuentas y está claro que fue una advertencia sobre nuestra manera de vivir. Pero lo que más me llama la atención son las narrativas de personas que cuentan cómo pudieron reconectar, durante unas horas, con su vida. Han surgido muchas historias de padres que conectaron con sus hijos como nunca, vecinos que se unieron e historias del estilo. La gente se está dando cuenta de lo que pasa. En cuanto a mí, me pilló en el trabajo y he de decir que tuve uno de los días más productivos a nivel laboral que he tenido nunca. No había ninguna interrupción. Me podía centrar mucho más que de costumbre.
Es inevitable hablar de la Inteligencia Artificial, quizás el mejor exponente de lo que comentaba como “estado gaseoso de la tecnología”.
Lo primero que me inquieta es que la IA supone una invitación constante a delegar nuestras funciones cognitivas, tal y como comentaba antes con el smartphone, pero de una forma mucho más transversal y absoluta. Ya no es solo que el móvil recuerde nuestros teléfonos, sino que poco a poco dejamos de pensar, de razonar, porque simplemente lo dejamos en manos de una máquina. En neurología hay un principio conocido que dice que, cuanto menos ejercitas una función determinada, menos capaz eres de realizarla. Y lo que pasa con la IA es exactamente eso: reduce nuestra capacidad crítica, nuestra forma de pensar. Cuando haces un prompt, en el fondo le estás diciendo a una máquina: “piensa tú por mí”. Y eso tiene consecuencias.

Diego Hidalgo, impulsor del Movimiento Off.
¿Qué más peligros ve en la IA?
La IA también nos lleva a reemplazar conexiones humanas. Hay varios ejemplos, pero uno muy claro es el de Snap, la empresa de Snapchat. Hace ya dos años lanzaron el servicio MyAI, dirigido a adolescentes, para que hablen con una IA en lugar de con sus amigos. Y claro, si lo miras desde una lógica de eficiencia, tiene sentido: la IA siempre está disponible, nunca se va a tomar a mal nada de lo que le digas, si quieres que te escuche y se quede callada, lo hace y ya está. Pero el problema está justo ahí. Porque esa lógica reemplaza algo humano. Y no solo entre adolescentes. Cada vez hay más personas que, en lugar de acudir a un psicólogo o a un profesional, prefieren consultar a una IA para encontrar soluciones a sus problemas. O incluso delegan cosas pequeñas, decisiones cotidianas… Y eso también es significativo, porque dejamos que elija por nosotros.
¿Nos dirigimos hacia un mundo en el que cada vez tomaremos menos decisiones por nosotros mismos?
Eso es lo que más me preocupa. Cuando cedes tus elecciones, estás renunciando a una parte de tu libertad. La IA nos invita a ahorrar justo en las cosas que son esenciales para llevar una vida plena y satisfactoria. Porque, si no te relacionas con otros de forma profunda, si no intentas superar obstáculos y resolver problemas, y si ya has renunciado a decidir por ti mismo… entonces lo que nos queda son vidas automatizadas. Y esas vidas serán más cómodas tal vez, pero también menos felices y menos libres.
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Hace poco surgió un estudio que afirmaba que las comunidades autónomas que más tecnología han introducido en las aulas son las que más han caído en el informe PISA. ¿Qué cree que está fallando en la digitalización educativa actual?
Creo que la digitalización de la educación, tal y como se está planteando ahora, presenta varios problemas graves. El estudio al que te refieres no es aislado. Llevamos más o menos diez años acumulando evidencias de que la introducción indiscriminada de tecnología en las aulas tiene un impacto negativo. Este fenómeno plantea, diría yo, tres grandes tipos de problemas: psicológicos, educativos y éticos.
De ahí viene el Por una Escuela Off, movimiento que impulsan para acabar con la digitalización en las aulas.
En esta iniciativa que lanzamos desde Movimiento Off, destacamos doce problemas fundamentales que implica la digitalización de la educación escolar. Estamos en un momento en que hay cada vez más evidencia de un vínculo entre la hiperconexión de los menores y el deterioro muy profundo de su salud mental, algo que hemos visto especialmente desde la década de 2010. Y esperamos que la escuela sea parte de la solución, no del problema. Pero lo que está pasando es todo lo contrario.
Sabemos que se aprende mejor en papel que en digital, por la relación mano-cerebro
¿Cómo influye la conectividad en la escuela al desarrollo de estas problemáticas?
Muchas veces, lo que se les presenta a los jóvenes en la escuela son mandatos contradictorios del tipo: “conéctate”, “desconéctate”, “vuelve a conectarte”. Sabemos que, aunque se intente tender puentes entre usos supuestamente académicos y usos creativos, la práctica va en otra dirección. Sin entrar en el tema de las aplicaciones que usan técnicas de gamificación, sí me gustaría señalar que muchas apps educativas reproducen los mismos mecanismos de recompensa de dopamina que están presentes en redes sociales. Recibes premios, puntuaciones o insignias por hacer algo bien, y eso activa mecanismos de recompensa cerebral que tienen efectos similares a los de las redes. A nivel psicológico, esto es muy delicado.
¿Se aprende peor por culpa de la tecnología?
Sí. Sabemos que se aprende mejor en papel que en digital, por la relación mano-cerebro. Se aprende mejor en analógico, y se recuerda mejor. También existen fenómenos como que, cuando tú recurres a plataformas para todo —por ejemplo, para subir los deberes—, ocurre algo que yo veo en mis propios hijos: saben que los deberes ya están ahí, que la plataforma les enviará un aviso. Y, en la medida en que saben eso, dejan de asumir activamente el proceso. Ya no sienten la necesidad de implicarse.

Una estudiante utilizando un smartpgone en un aula.
¿Es culpa de la tecnología, entonces? ¿O de cómo se usa?
Muchas veces, cuando introducimos este tipo de herramientas y plataformas, decimos: “bueno, esto no es más que una herramienta en manos del profesorado. No supone una relegación del ser humano a un segundo plano, sino que simplemente son herramientas en sus manos”. Pero, en realidad, vemos empíricamente que en cualquier proceso de digitalización —como en este caso, en el aula—, existe un principio de sustitución. Tenemos muchísimos testimonios de profesores que nos cuentan que, cuando dan clase, ahora tienen que ponerse al fondo y no delante de los alumnos, para ver lo que están haciendo con sus tablets. Y, por tanto, pierden el contacto visual con los propios alumnos.
Bueno, si se pusiera delante tampoco les vería la cara, con la pantalla en medio.
Claro. El otro día me contaba una madre —de Estados Unidos— cómo su hijo subió un ejercicio que tenía que entregar, y recibió su nota 45 segundos después. Por tanto, evidentemente, no había ningún proceso de por medio. Claramente, es una IA la que había corregido esos deberes. Y entonces, bueno, creo que si seguimos entrando en esta espiral, pues los alumnos terminarán escribiendo con IA para que luego lo corrijan otras IAs. Estamos viviendo una especie de automatización de todo el proceso, sin intervención humana. Pero la idea no es decir: “fuera la tecnología de todo”. No se trata de eso. Se trata de limitar mucho mejor en qué lugares dejamos que la tecnología —y también la IA— se infiltre.
¿Y qué dispositivos sí tienen cabida en esta escuela OFF?
Estoy seguro que podemos encontrar casos. Por ejemplo, habrá casos muy concretos y puntuales en los que una tablet tiene utilidad. Pero, de forma general, nosotros no estamos diciendo que no se deba educar, por ejemplo, para entender la tecnología, o para aprender sobre la tecnología. Simplemente, estamos en contra de este mito de que, digitalizando desde la más temprana edad, los niños van a entender mejor la tecnología y van a poder sacar el mayor partido de ella.
Los llamados “nativos digitales” son los más sujetos a la desinformación y los que peor manejan las herramientas ofimáticas
Pero no podemos huir del mundo hiperconectado en el que vivimos. Es una realidad que los niños se encontrarán tarde o temprano.
Por eso, el lugar que creemos que debe tener la tecnología en la educación es un lugar muy delimitado, sobre todo enfocado a la alfabetización digital. Es decir, debemos educar sobre la tecnología y no en la tecnología. Y hacer que, a través de clases, ya sea desde un punto de vista técnico, pues… te permita a los alumnos aprender sobre qué es un algoritmo, sobre cómo funciona, etc.
Incluso alertar de todo ello, ¿no? Porque estamos viendo un auge de la ultraderecha, de los bulos, fake news, etc., que ha sido propagado en gran parte por las redes sociales.
Exacto. Y no solo eso. Es que además, vemos cómo los llamados “nativos digitales” son los más sujetos a la desinformación. Y son los que peor manejan las herramientas ofimáticas, informáticas en general. En Silicon Valley, los trabajadores de las Big Tech tienen reglas muy estrictas para la tecnología con sus propios hijos. Retrasan lo más que pueden la edad en la que tienen acceso a su primer smartphone, incluso tienen contrato con las criadoras de sus hijos para que no usen el teléfono delante de ellos.
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A nivel de medidas legislativas, ¿hay algo que pidan concretamente?
Primero de todo, pedimos lo que llamamos una desescalada digital. Una desescalada muy avanzada en todos los ciclos escolares. Por supuesto, en Primaria, pero creo que incluso es aún más importante en otras etapas educativas, como Secundaria y posterior. Sobre todo, cuando los alumnos llegan a edades en las que afloran los problemas psicológicos que hemos mencionado, es más importante marcar esta desescalada.
¿Y cómo se puede llevar a cabo esta desescalada?
Nosotros tenemos cinco propuestas clave. Una: limitar el tiempo de exposición a las pantallas en clase. Dos: respetar el derecho a la desconexión. Tres: que no se imponga el uso de dispositivos conectados como condición. Cuatro: educar sobre la tecnología, y no en la tecnología digital. Y el quinto punto que hemos introducido es que, mientras todo esto siga siendo una realidad, que exista siempre una opción para las familias que desean una opción analógica.
Entonces, ¿lo mejor es que la tecnología permanezca apartada por completo de las escuelas?
A ver, hay ámbitos en los que la tecnología claramente es beneficiosa y tenemos un interés en que nos asista. Y otros en los que no. Que la tecnología entre, por ejemplo, en un centro de reciclaje, para que los seres humanos no tengan que manipular sustancias peligrosas, ni respirarlas…
O en minería.
Exactamente. Pero en el caso de la educación, creo que hay razones muy poderosas para defender que debe ser una faceta de la existencia donde se preserve un santuario de las relaciones humanas. Donde la relación humano-humano sea lo más pura posible. Estamos oyendo voces muy pragmáticas que insisten en esto, desde otras perspectivas. El otro día, leí una editorial del exalcalde de Nueva York —y fundador de una red de escuelas— que, con un tono muy estadounidense, decía algo así como: “Bueno, tenemos que aceptar que el experimento ha fracasado. Y que hay que volver al papel, a los bolígrafos, a los libros de texto”. Estamos invirtiendo masivamente en algo que no solo no mejora la educación, sino que la está deteriorando.

“En la pandemia de soledad que estamos viviendo, la IA no va a poder cubrir nuestras necesidades a nivel emocional”.
Usted no tiene smartphone. ¿Cómo se vive sin él en un mundo en el que parece que se necesita para todo?
No es que esté desconectado, ni mucho menos. O sea, yo simplemente no tengo smartphone. Pero trabajo delante de pantallas y las utilizo como cualquiera. No tener móvil claro que te cambia las condiciones de tu día a día. Son muy distintas. Pero no estoy fuera del mundo digital. De hecho, estoy casi demasiado conectado para mi gusto. Pero se nota en muchos aspectos. Ayer tuve una reunión, y me contaba mi compañero que había llegado tarde porque estaba usando el Bicimad, que es como el Bicing. Y se le había quedado sin batería el smartphone y no pudo desbloquearlo porque solo va con la app. Entonces… no puedes coger ni una bici sin contar smartphone.
¿Algún otro ejemplo que le haya pasado a usted?
Hace poco fui a hacer un tour de conferencias en Latinoamérica, y mi vuelo salía desde República Dominicana. Casi no pude salir del país por culpa de no tener un smartphone, ya que había que rellenar un formulario online. Menos mal que me tocó un hombre muy amable de Polícia de Fronteras que utilizó el suyo para rellenarlo. Me dijo que era la primera vez que veía a alguien sin smartphone desde hacía tres años.
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Cualquiera que oyera su discurso podría tildarle de tecnófobo. ¿Cómo se defiende ante las posibles acusaciones?
Yo no soy antitecnología. No tengo nada contra la tecnología en sí. Creo, incluso, que una IA bien delimitada, bien empleada y diseñada con cuidado puede ayudar a solucionar algunos problemas importantes a los que nos enfrentamos. Pero me preocupa —y por eso prefiero llevarlo a un terreno más crítico— cómo está siendo desplegada actualmente. Mi principal acreditación de no tecnófobo podría ser la de haber sido un emprendedor digital. Y no uno de los arrepentidos; estoy muy orgulloso de lo que hice con Asmovens, mi primera empresa, que fue una de las primeras de movilidad compartida, tipo Blablacar. Hoy en día cuenta con 2 millones de usuarios en España, aunque hace tiempo que ya no la dirijo. Creo que la tecnología puede hacer mucho bien, pero no podemos cerrar los ojos.