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los guardianes del río magdalena

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El puerto a orillas del Río Magdalena celebró su fundación con un estruendo de vallenato y una procesión de almas que bailó al ritmo de cumbias y bullarengues.

Desde temprano, se supone que no sería un cumpleaños cualquiera. En la Catedral, bajo la mirada tierna de Nuestra Señora de la Candelaria, el incienso flotaba con la densidad de un fantasma antiguo, en una Eucaristía donde las autoridades, con sus medallas brillantes como escamas de pescado recién sacado, daban gracias por la longevidad de esta tierra.

Afuera, sin embargo, el verdadero milagro apenas comenzaba a gestarse.

La noche se echó sobre el malecón: Ese balcón de ladrillo y esperanza que Magangué le había construido al río para que no se sintiera solo.

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Magangue de fiesta Foto:Gobernación de Bolívar

Más de cinco mil asistentes, con la alegría colgándoles de los hombros como guirnaldas, se congregaron en un Espectáculo donde el arte no era una decoración, sino la verdadera sangre del pueblo.

Las artesanas del barrio Cascajal, mujeres cuyos dedos habían amasado el barro con la paciencia de Dios, desfilaron llevando cestos que no contenían frutas, sino el mismo tiempo tejido en palma de caña flecha. Eran reinas sin corona, pero con el linaje intacto de las fundadoras, caminando sobre el pavimento que aún olía a promesas.

Y entonces, la música. Frank Viloría y Rafy Champions abrieron la compuerta sonora para que el espíritu caribeño, ese pájaro de colores eléctricos, levantara el vuelo. Era una música tan potente que, se rumoreaba, el propio gobernador Arana sentía que el tiempo se le hacía maleable entre las manos mientras entregaba reconocimientos. Cinco ciudadanos y organizaciones recibieron la gratitud del pueblo, gentes que habían sembrado su trabajo en Magangué y ahora cosechaban el orgullo, con la humildad de quien solo cumple con su destino.

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Magangue de fiesta Foto:Gobernación de Bolívar

El gobernador Arana, con palabras que sonaban a campanada de futuro, no prometía cemento y arena, sino que conjuraba la prosperidad. Habló de un Gran Malecón que pondría a Magangué “ante los ojos del mundo”, pero se sabía que el mundo ya la miraba desde el día de su nacimiento. Describió una plaza con “pavimento estampado” y “cables subterráneos”, como si estuviera describiendo el corazón de una criatura legendaria a la que se le estaban ocultando los vasos sanguíneos para que luciera más joven. Y mencionó, sin el menor asombro, el traslado de barrios a zonas seguras, una obra donde la arquitectura se mezclaba con la profecía.

En medio del jolgorio, el Centro Cultural Chico Cervantes soltó al aire la canción “249 años de Magangué”, una melodía tan nueva que parecía venir de un sueño, pero tan antigua que contenía el rumor de los cañones del siglo XVIII.

Y por si el presente no fuera suficiente, el futuro entró de golpe con la imposición de bandas a las 30 candidatas del Carnaval Comunal. Treinta mujeres que, al recibir la tela ceremonial, se convertían no en reinas de carne y hueso, sino en presagios danzantes de la fiesta que vendría, reafirmando que Magangué prefiere vivir al ritmo de un tambor que al compás de un reloj.

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El clímax llegó con el vallenato, ese género que siempre habla de amores imposibles y de la muerte con la misma ternura. Peter Manjarrés, “El Caballero del Vallenato”, y el dúo de Jorge Pabuena e Iván Zuleta, desgranaron melodías que obligaron a bailar a las almas más solemnes. Era tal la cadencia que hasta las olas del río parecían querer seguir el ritmo, olvidando por un momento su prisa hacia el mar.

Magangué, la que fue fundada cuando el tiempo no era más que una idea vaga en 1776, se alza hoy como un territorio donde el progreso no es un fin, sino una continuación de la historia. “Esta celebración es un homenaje a nuestro pasado y un compromiso con el futuro”, dijo el gobernador, pero todos sabían que la verdadera dignidad de la gente de Magangué no estaba en las obras, sino en el brillo incurable de sus ojos al mirarse en el espejo del río.

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La conmemoración, tejida con la complicidad de la Gobernación, la Alcaldía y los colectivos culturales, demostró que la unión entre el arte y la comunidad no es el motor del desarrollo; es, sencillamente, la fuerza que mueve el universo. Como bien lo dijo Juan Carlos Romero, un profesor de danza que había comprendido el secreto del pueblo: “disfrutar de nuestra tierra… y ver lo rico que es ser magangueleños”, una riqueza que no se cuenta en monedas, sino en la profundidad de la risa.

Y así, mientras la reina popular Mary Paz Jiménez afirmaba que “estas fiestas son las mejores que se pueden vivir”, y una visitante de Sucre, Luisa Solorzano, confirmaba que “reina la cultura e identidad”, Magangué volvió a respirar, y el río Magdalena, que lo había visto todo, siguió su curso, llevando el eco de un vallenato que juraba duraría doscientos cuarenta y nueve años más.

Además, te invitamos a ver nuestro documental:

Documental de la periodista Jineth Bedoya. Foto:

cartagena

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