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Población campesina en Colombia sigue afectada por bajos ingresos y empleo precario, según el DANE | Crecimiento | Economía

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A pesar de representar casi un tercio de los hogares del país, la población campesina en Colombia sigue enfrentando condiciones estructurales que comprometen su bienestar, según los más recientes datos de la Encuesta Nacional de Calidad de Vida (ECV) de 2024, divulgada por el Dane esta semana, enfocada en este sector del país.

Las cuentas dan cuenta de que los ingresos bajos y el empleo de poca calidad continúan siendo las mayores barreras para mejorar su situación, ya que los datos revelan que el 63,5% de los jefes de hogar o sus cónyuges se consideran pobres, y el ingreso sigue siendo el aspecto más insatisfactorio en su vida cotidiana, con una calificación promedio de apenas 6,5 sobre 10.

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La encuesta, basada en una muestra representativa de 85.387 hogares, de los cuales 45.286 son campesinos, confirma que 5,4 millones de hogares en Colombia son catalogados como campesinos, es decir, aquellos en los que al menos una persona de 15 años o más se identifica como tal.

Con esto no se habla de un sector despreciable de la población colombiana, que por el contrario se estima en más de 16 millones de personas y refleja un peso demográfico significativo, pero que continúa marginado en términos de acceso a oportunidades económicas dignas.

Campesinos

iStock

Pobreza percibida

Los resultados de la ECV indican que la percepción de pobreza, aunque con una leve mejora frente a 2023, sigue siendo alarmante, ya que en las zonas rurales, donde se concentra la mayoría de esta población, el 67,9% de los jefes de hogar o sus cónyuges se consideran pobres, al tiempo que en cabeceras urbanas, la cifra también es alta y llega al 56%.

Solo en departamentos como Meta, Risaralda y Boyacá este indicador baja del 40%, mientras que en Chocó y Sucre supera el 85%; siendo los territorios con los mayores registros de la autoridad estadística.

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Este diagnóstico se ve reforzado por los bajos niveles de satisfacción con el ingreso percibido. En una escala de 0 a 10, las personas campesinas califican su ingreso con apenas 6,5, siendo esta la dimensión más baja del bienestar subjetivo y en departamentos como Sucre, Cauca y Vaupés, la calificación cae por debajo de 5,8, revelando la intensidad del malestar económico en regiones históricamente marginadas.

A la hora de entender por qué sucede esto, uno de los factores que agravan la situación de los ingresos es la calidad del empleo y si bien la ECV no mide ocupación directamente, el tipo de afiliación al sistema de salud da una pista clara y señala que el 81,9% de los campesinos están afiliados al régimen subsidiado, lo que implica informalidad laboral o ingresos insuficientes para cotizar al régimen contributivo.

Campesinos

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Archivo EL TIEMPO

Solo el 18% está cubierto por el sistema contributivo, proporción que se reduce aún más en la mayoría de departamentos rurales, con excepción de Bogotá y Cundinamarca.

Así mismo, la satisfacción con el trabajo o actividad que realizan también refleja esta precariedad si se tiene en cuenta que la calificación promedio es de apenas 7,2. Aunque mejoró ligeramente frente a 2023 (cuando fue de 7,1), sigue estando por debajo de otras dimensiones del bienestar, como salud (7,9), seguridad (7,8) o incluso tiempo libre (7,6).

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Educación y movilidad social

A todo lo anterior se suma el rezago educativo, que agrava aún más las condiciones laborales de la población campesina, puesto que solo el 32,9% de los jóvenes entre 17 y 21 años que se identifican como campesinos están asistiendo a una institución de educación formal. Esto significa que más de dos tercios de ellos no acceden a oportunidades educativas que les permitan romper el ciclo de pobreza. El indicador, además, cayó frente a 2023 (cuando fue de 34,7%).

En el grupo de 15 a 16 años, el 81,9% asiste a clases, lo que indica una cobertura aceptable en media básica. Sin embargo, la transición hacia la educación superior es abruptamente truncada y en departamentos como Vichada, Putumayo y Arauca, menos del 36% de los jóvenes campesinos entre 17 y 21 años estudian; mientras que solo en Amazonas y Boyacá se superan los niveles del 60%.

Pobreza

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No hay que pasar por alto que la precariedad laboral y los bajos ingresos se traducen también en condiciones de vida limitadas y debido a esto, solo el 46,1% de los hogares campesinos tiene acceso a internet, y en las zonas rurales el indicador se estanca en 40,5%, sin mejoría frente al año anterior.

Dicho con cifras claras, mientras en departamentos como Meta el acceso supera el 79%, en Vichada, La Guajira y Chocó cae por debajo del 20%.

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Servicios básicos

El acceso a servicios básicos también muestra brechas significativas en las que aunque el 97,7% de los hogares tiene energía eléctrica, apenas el 38,2% cuenta con alcantarillado y solo el 36% dispone de gas natural. En zonas rurales, estos porcentajes son aún más bajos y el 11% de los hogares campesinos en áreas rurales no tiene ningún tipo de servicio sanitario.

En cuanto a la tenencia de vivienda, el 42,4% de los hogares campesinos es propietario de su vivienda, proporción que ha disminuido frente a 2023. Paralelamente, crece la figura del “ocupante de hecho”, es decir, personas que habitan sin título legal, que ya representan el 7,5% del total.

Piedad Urdinola, directora del Dane.

Piedad Urdinola, directora del Dane.

Cortesía – A.P.I.

Entre tanto, el 40,1% de los hogares campesinos tienen una mujer como jefa de hogar, con mayor presencia en las cabeceras (46,5%) que en zonas rurales (36,4%). Aunque este dato sugiere un avance en la visibilidad del rol femenino en el campo, también puede interpretarse como una señal de vulnerabilidad, ya que hogares encabezados por mujeres suelen tener menores ingresos y mayores cargas domésticas, especialmente cuando el acceso a servicios es limitado.

Por último, una de las grandes paradojas del informe del Dane es que, a pesar de las dificultades económicas, la población campesina reporta altos niveles de satisfacción con su vida en general y en promedio, califican su bienestar con 8,1 puntos, lo que evidencia una fuerte resiliencia, posiblemente anclada en valores de comunidad, arraigo territorial y cultura de trabajo.

También destacan calificaciones altas en salud (7,9), seguridad (7,8) y tiempo libre (7,6), lo cual sugiere que el bienestar no puede medirse únicamente por indicadores materiales, aunque estos sean fundamentales. Aun así, la calificación del ingreso (6,5) recuerda que la estabilidad emocional no compensa la falta de oportunidades concretas para mejorar.

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