Economia
El quiebre de la tecnocracia en el país / Análisis de Cecilia López
Hacer planteamientos sobre la tecnocracia en el campo de la economía no es una tarea fácil.
Por un lado, se trata de un grupo de profesionales que han jugado un papel fundamental no solo en Colombia sino en el mundo; por el otro, nuestro país ha enfrentado momentos especialmente complejos en los últimos años.
La celebración de los 41 años de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas (Acce), al ser los economistas parte esencial de su naturaleza, resulta el foro idóneo para iniciar este debate.
Esta Academia cuenta con 10 académicos eméritos, seis honorarios y 59 de número que han contribuido a una prolífica obra académica.
Quienes han dirigido esta institución han realizado una gran labor y debe reconocerse el aporte de Édgard Revéiz, quien con su equipo le entrega a Clemente Forero Pineda, el nuevo presidente, fortalezas en cuatro temas cruciales.
Primero, un conjunto de economistas con larga trayectoria en instituciones nacionales e internacionales.
Segundo, una Academia Joven con mayoría de mujeres, cuyas visiones renovarán debates y objetivos con perspectiva de género, impostergable en el mundo de hoy.
Tercero, las academias regionales que ayudarán a ese desarrollo económico que potencia el conocimiento de la diversidad que caracteriza a este país.
Y en cuarto lugar, el vínculo con universidades regionales, que atraerá a economistas con visión y conocimiento de las diferencias de nuestros departamentos y municipios.
Precisamente por estas fortalezas, la Acce ofrece un ambiente propicio para discutir el futuro de la tecnocracia en el país, entender su situación actual y la necesidad de reivindicar su crucial papel.
LEA TAMBIÉN
La nueva tecnocracia
Hoy, al celebrar los 41 años de existencia de la Acce, Colombia no enfrenta momentos fáciles.
Como en muchas partes del mundo, su democracia recibe cuestionamientos, a los que se agregan indicadores críticos del manejo económico que generan serias dudas sobre las políticas adoptadas en los últimos años.
Hemos perdido parte de la tradición de seriedad que ha caracterizado, durante décadas, nuestro manejo de la política económica.
A este complejo panorama se adiciona la realidad de que Colombia sigue siendo uno de los países más desiguales y que las nuevas estrategias para lograr la añorada paz se reconocen como fracasadas por el mismo gobierno.
Pero la sociedad colombiana ha demostrado a través de su historia que es resiliente y que sale adelante, aun en momentos más difíciles que los actuales.
Sin embargo, a los economistas nos corresponde comprender cuál es nuestra responsabilidad para acelerar la ruta de crecimiento económico y asegurar que sus beneficios se distribuyan de manera que cierren brechas inexplicables y permitan avanzar hacia la paz.
Muchos de los nuevos desarrollos de la Academia, sumados a los retos profesionales actuales, abren espacio para discutir las características y compromisos que debemos asumir para consensuar esa ruta en los próximos años.
Para iniciar este proceso, el primer punto para discutir es el papel de la tecnocracia: categoría con la que se ha denominado durante décadas, dentro y fuera del país, a generaciones de economistas que han surgido de la profesionalización de la economía y cuyo papel ha sido reconocido en la formulación de políticas públicas.
En este proceso se debe partir de un hecho particularmente doloroso: en este gobierno se ha descalificado a los tecnócratas, quienes han salido de instituciones críticas como el Departamento Nacional de Planeación, considerado históricamente el centro de pensamiento más importante del Gobierno.
Pero también del Ministerio de Hacienda y probablemente de otros equipos técnicos de distintos ministerios. La Acee no puede ser ajena a esta dolorosa realidad porque se trata, nada menos, que de los profesionales que son nuestra razón de ser.
El diagnóstico nacional
Dada la imperiosa necesidad de recuperar esos equipos técnicos, es necesario reconocer su historia en el país. Andrés Álvarez y Jimena Hurtado hacen un excelente análisis de lo que consideran un capítulo crítico de la política económica colombiana.
Nada menos que “la transición de la administración pública tradicional hacia una gestión basada en el análisis técnico y el pragmatismo, fundamentada en la profesionalización de los economistas”, dicen los especialistas.
Como lo señalan estos autores, este proceso marcó el inicio de una economía moderna y de una política de desarrollo desligada de las convenciones partidistas e ideológicas tradicionales.
En esta primera etapa, la tecnocracia colombiana contó con el apoyo de instituciones internacionales como la Fundación Rockefeller y la Fundación Ford, que en la década de los 70 respaldaron la creación de centros de pensamiento económico como el Cede de la Universidad de los Andes, el CID de la Universidad Nacional y Fedesarrollo. A este grupo, posteriormente, se unió Econometría consultores.
Los tiempos cambian y las demandas también. Por ello es fundamental comprender las características de estas primeras generaciones de tecnócratas, sus valiosos aportes y también sus falencias, para iniciar este debate.
Se requerirá una nueva tecnocracia que oriente la política económica de aquí en adelante y diseñe esas estrategias que aceleren el crecimiento de nuestra economía, que logre avances reales en equidad y que sea sostenible frente al reto del cambio climático.
Una pregunta pertinente es ‘cómo, después de décadas de reconocimiento en el país, se ataca de esa forma a toda una generación de profesionales de la economía, confundiéndola con una escuela de pensamiento: el neoliberalismo’. Para responder esta pregunta resulta pertinente volver al análisis de su historia.
De nuevo Andrés Álvarez y Jimena Hurtado anotan que “la búsqueda de una forma de producción de políticas públicas basadas en el conocimiento experto, con la pretensión de mantener una independencia del ámbito político, contribuyó a un distanciamiento entre la tecnocracia y otros actores sociales”.
Para ratificar esta apreciación, al menos los economistas de la Universidad de los Andes de esas generaciones nos sentimos vacunados contra la política y, de alguna manera, percibimos que predominaba una subestimación hacia disciplinas como la sociología, la antropología o la ciencia política.
¿Será muy aventurado decir que hoy los tecnócratas vapuleados por el Gobierno estamos pagando el precio de despreciar la política y cierta soberbia que nos llevó a sentirnos superiores?
LEA TAMBIÉN
No es una pregunta en vano cuando se trata de orientar a las nuevas generaciones de tecnócratas que tienen mejor capacidad técnica que nosotros, pero que deben aprender de nuestros errores, entre ellos despreciar la política y sentirnos superiores. Pero hay un punto aún más crucial.
Andrés Álvarez y Jimena Hurtado sostienen que esa primera generación de tecnócratas produjo políticas públicas de desarrollo que privilegiaron la estabilidad económica, lo cual puede explicar la tensión que aún persiste entre estabilidad macro e inclusión social.
Es decir, lo que muchos hemos percibido, la subordinación de la política social a la política económica y el considerar a los economistas que priorizamos los temas sociales como economistas de segunda.
La propuesta
Mi idea es recuperar la dignidad de nuestros tecnócratas como el primer paso para diseñar esa agenda de trabajo de la Academia para que el ejercicio de nuestra profesión, con los ajustes que sean necesarios, recupere su posición en la construcción de políticas públicas y en el diseño de nuestro desarrollo.
Con este quiebre que hoy viven los tecnócratas colombianos se abre la oportunidad de señalar, obviamente para discusión, las características de la nueva tecnocracia que se deben impulsar desde la Academia:
- Reconocer que la complejidad de la realidad colombiana actual exige salir de las zonas de confort y analizar variables más allá de lo macroeconómico.
- Recuperar la seriedad en el manejo de la política económica.
- Priorizar la política social con énfasis en la desigualdad.
- Eliminar el llamado trickle down que, aunque se niegue, sigue predominando en los análisis económicos.
- Reconocer que el objetivo del desarrollo no es solo la asignación eficiente de los recursos escasos, sino también la distribución equitativa de beneficios y costos.
- Aceptar que se deben analizar nuevas variables como género, etnias, geografía y, la más destacada, el cambio climático.
- Evitar copiar la agenda de los países ricos y enfocarse en la adaptación, que es nuestro primer problema.
- No permitir que frente a estas demandas se diluya la prioridad de abordar la desigualdad, muy ligada al impacto del cambio climático.
- Trabajar interdisciplinariamente con otras ciencias sociales que enriquecen los análisis económicos.
- Mirar los costos políticos de nuestras propuestas.
Probablemente no será fácil aceptar el reto de apoyar la construcción de una nueva tecnocracia, en parte por el prestigio que este título ha otorgado durante décadas a generaciones de economistas.
No se trata de subestimar sus enormes aportes al desarrollo económico de países como el nuestro, sino de aceptar que el mundo en que vivimos hoy es distinto y exige mayores esfuerzos para comprenderlo y actuar en consecuencia.
Es imposible ignorar esta realidad, aparte de acciones aisladas de países y sociedades por desconocer esta mayor complejidad.
Un desarrollo acelerado que cierre brechas entre países y garantice el bienestar de muchos, no de pocos, sigue siendo un objetivo fundamental de nuestra profesión, que debe lograrse maximizando el uso de los recursos escasos.
Pero hoy para lograr estas metas se exige ir más allá de las variables económicas.
La interdisciplinariedad se convierte en el reto de aprender a trabajar otras áreas, a mirar más de cerca a los individuos con especificidades que hemos ignorado y a reconocer que el poder lo maneja la política.
CECILIA LÓPEZ MONTAÑO (*)
Especial para EL TIEMPO
(*) Economista y exministra de Agricultura