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Fútbol y violencia: Es fútbol y sólo fútbol

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podemos leer en la información sobre fútbol de este fin de semana que dos aficionados de un club –uno de ellos con discapacidad intelectual– fueron agredidos por un grupo de los de otro porque no les gustaba su camiseta. Podemos también leer que los aficionados de otro club se dedicaron a animar a los suyos por el sistema de desear la muerte de algunos rivales. También que en otro campo un jugador denuncia insultos racistas y después empieza a recibir pitos generalizados. Y lo de que cuando un equipo no gane acostumbre a acusar a los árbitros de casi todos los delitos del código penal –obviando normalmente los fallos de sus propios futbolistas– lo pasamos por alto por lo repetido de este victimismo generalizado que alimenta los demás comportamientos.

Esto que hemos enumerado no es más que parte de lo sucedido en parte de una jornada cualquiera del fútbol español. Al margen está lo que sucede con no poca frecuencia en campos menores, en los que ser árbitro es una profesión de bastante riesgo y en los que hay quien no respeta edad ni sexo a la hora de sacar fuera la bestia que todos llevamos dentro, dicen. Ya ven ayer, con el acoso a una árbitra de 13 años… Este fin de semana en la Copa del Rey de baloncesto, torneo importante y a cara de perro, se ha visto un magno encuentro de aficiones. En el fútbol los ultras de los hunos suelen quedar con los de los hotros para pegarse y causar destrozos. Vale, eso es extremo: la normalidad es que la afición visitante esté en un sector acotado y protegido.  

Encuentro de aficiones en la Copa del Rey de baloncesto

Todos estos hechos, y otros muchos similares conocidos ya tan normalizados que ya no son noticia, suelen ser subrayados con la coletilla de “esto no es fútbol”. Y no, miren: esto sí es fútbol y además prácticamente sólo fútbol: es sumamente raro que se vea en otro deporte. Y es fútbol y sólo fútbol porque durante demasiado tiempo el fútbol ha acogido en su seno comportamientos que en otro ámbito eran censurados y allí admitidos –lo de ‘la pasión por los colores’– hasta el punto de que el deporte ha pasado a un segundo plano ante el sentido de identidad, bando y pertenencia. Y el fútbol, aunque desde hace unos años proclama un rechazo retórico a estas actitudes, no hace nada realmente efectivo por extinguirlas y dominarlas. 

Tampoco sabemos si es posible porque sería muy largo y costoso y el negocio es el negocio, Quizá hubiera que empezar por que los equipos infantiles se saluden antes de empezar y acabar los partidos -como se hace en otros deportes en los que no hay tanta violencia física ni ambiental- y escudriñar muy seriamente en quién se acerca a las categorías de formación y quién está capacitado para trabajar en ellas. Pero si no se pone coto a esa gente irán conquistando poder y entonces veremos. ¿Que no son muchos? Quizá, pero ya ven el daño que hacen. Nunca ha hecho falta mucha gente para hacer mucho daño.



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