Colombia
Madre denuncia que su hijo perdió un dedo tras matoneo en colegio de Bogotá

El 19 de septiembre parecía un día normal en la casa de Diana Vargas, hasta que notó algo extraño en la mano de su hijo. Una ampolla grande, llena de materia y con un tono oscuro en el dedo meñique de la mano izquierda le encendió las alarmas.
—“¿Qué te pasó?” —preguntó.
—“Nada, mamá”, respondió el niño.
Al principio, Diana y su esposo pensaron que podían tratarse de una picadura o de una caída en alguna salida pedagógica. En la noche, al tocarle el dedo, la herida comenzó a supurar. Tomó fotos y las envió al colegio a través de la plataforma institucional, pidiendo que investigaran si el niño había sido machucado o pisado. Eso contó en entrevista con EL TIEMPO en la que contó cada detalle de su drama.
Niño presentó grave infección tras machucón intencional. Foto:archivo particular
El fin de semana lo cuidaron en casa, con antibióticos recomendados por una droguería, pero la herida no mejoraba. El lunes, preocupada, llevó a su hijo al colegio y le explicó la situación a la profesora y a la coordinadora:
—“Mire que él no va a poder escribir, por favor ténganle paciencia”.
Ese día, el niño también asistió a su entrenamiento en la escuela de fútbol de Santa Fe. Allí, el fisioterapeuta le recomendó no taparse el dedo, pensando que era una simple picadura. Pero al llegar a casa, la herida lucía peor. El martes lo volvió a mandar al colegio. No imaginaba que unos días después terminaría en un hospital, enfrentándose a una posible amputación.
el hospital
El hombre rompió los vidrios del área de admisiones. Foto:archivo particular
El 23 de septiembre, Diana tomó una decisión.: llevar a su hijo a la Clínica del Country. La pediatra ordenó radiografías y exámenes. Horas después, le dio un diagnóstico devastador: —“El niño se queda hospitalizado. Tiene una infección en el hueso. Debe ver una cirujana de mano”.
El tratamiento comenzó de inmediato con antibióticos. A las pocas horas, el dedo dejó de drenar materia. Esa noche, cuando lo trasladaron a la habitación, una enfermera notó algo más: el niño tenía una fisura, una fractura en la uña del dedo.
“El niño se queda hospitalizado. Tiene una infección en el hueso. Debe ver una cirujana de mano
Diana recuerda la confusión: “¿Fractura de dónde?”. Al día siguiente, la cirujana confirma la gravedad: debía entrar a cirugía.
“Necesito que me firmen un consentimiento. Dentro del quirófano puedo encontrar algo más grave. Puede que tenga que amputar el dedo”, dijo la galena a la familia.
Con miedo, la madre escribió. La operación comenzó a las seis de la tarde. Una hora después, la doctora salió y mostró el resultado:
—“Esto fue un machucón, y pasó hace aproximadamente veinte días”.
El diagnostico avanzo todas las alarmas. “¿Machucón? ¿Dónde, cuándo?”, recuerda que se preguntaron. Al día siguiente, los médicos concluyeron lo mismo: el niño había sido machucado o pisado. Ante la gravedad del caso, el hospital activó protocolos con psicología, psiquiatría y trabajo social.
¿Quienes son los responsables?
Durante una sesión con la psicóloga del hospital, el niño habló. Contó que llevaba más de dos meses sufriendo de bullying en su colegio. Dijo que tres o cuatro compañeros lo molestaban constantemente, que le decían cosas feas, y que uno de ellos —del mismo curso— le había machucado el dedo con un pupitre. Dio el nombre del agresor.
La psicóloga informó de inmediato a la madre, quien a su vez envió un correo al colegio con todos los detalles. La respuesta institucional no la tranquilizó: “Estamos indagando, pero necesitamos hora, día y fecha para revisar cámaras”.
El niño no recordaba el momento exacto. “Fue en una hora de salida”, alcanzó a decir. La investigación se estancó en esa respuesta: “No hay hora, no hay pruebas, las cámaras no muestran nada”.
Juan Esteban permaneció hospitalizado del 22 al 29 de septiembre. Fueron seis días de antibióticos, noches enteras turnándose entre padres para cuidar al niño, mientras dejaban a sus otras hijas al cuidado de vecinas. Trabajo social prometió articularse con la Secretaría de Educación y hacer seguimiento al caso.
Al salir del hospital, el niño debía continuar con antibióticos por 37 días y mantener una dieta especial. El 30 de septiembre, Diana se presentó en el colegio con la incapacidad médica en mano. Preguntó cómo manejarían su retorno. La respuesta fue simple: “Le enviaremos talleres de repaso”.
Pero la madre insistió: —“¿Y la familia del niño agresor? ¿Cuándo nos citarán? ¿Qué han hecho con los otros tres o cuatro que lo molestaban?” Le respondieron que no podían hacer nada sin pruebas.
Las consecuencias psicológicas
Diana Vargas muestra las fotografías del dedo de su hijo antes y después de la cirugía. Foto:archivo particular
La conciliación con la familia del agresor se programó para el 20 de octubre. Allí, Diana se enteró de que el niño no vivía con sus padres sino con su abuela. El argumento fue el mismo: no había pruebas. El esposo de Diana intervino mostrando un dictamen psicológico que confirmaba el bullying. Solo entonces, los directivos bajaron el tono.
El encuentro terminó con la promesa de una carta de disculpa. La familia agresora ofreció cincuenta mil pesos “por solidaridad”.
—“Eso fue todo lo que nos dieron”, dice Diana. “Solo cincuenta mil pesos por solidaridad”.
El 22 de octubre terminó la incapacidad. Juan quiso volver a sus entrenamientos, pero el fisioterapeuta lo detuvo: todavía no podía jugar, el dedo seguía inflamado y con puntos. Su sueño de participar en la copa metropolitana de fútbol quedó en pausa.
Cuando regresaron al colegio, le prometieron apoyo, paciencia y acompañamiento. Pero el primer día lo pusieron a “desatrasarse” como si nada hubiera pasado.
Desde entonces, las consecuencias han sido duras.—“Mi hijo está mal. Muy mal. Hay días que no quiere ni comer”, confiesa Diana. “Nos afecta mucho porque él tenía sus pruebas en su escuela de fútbol y todo eso nos tocó aplazarlo”.
Cada control médico es una esperanza. La infectóloga está satisfecha con su evolución, pero el niño sigue en tratamiento y tendrá nueva cita en diciembre.
Mientras tanto, la madre sigue golpeando puertas: envía correos, presenta facturas, pide apoyo. La respuesta del colegio fue lapidaria: —“El mes de octubre se paga normal. Lo único que puedo hacer es rebajarles el interés”, le dijo el rector.
Hoy, más de un mes después de aquella primera ampolla, la familia no ha recibido ningún tipo de acompañamiento institucional. —“Ninguno, ni emocional, ni económico. Nada. Nada es nada”, concluye Diana, con la voz entrecortada.
CAROL MALAVER
SUBEDITOR BOGOTÁ
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